Muchos de los mayores de nuestra residencia recuerdan a la perfección cómo y dónde aprendieron a dar las primeras pedaladas. Desde entonces, muchas son las etapas que han transcurrido, tanto para ellos como para el deporte de las dos ruedas, y ambos mundos unieron sus caminos en el transcurso de la decimonovena etapa de la Vuelta ciclista a España. Sus protagonistas pasaron por Mozárbez este viernes, raudos y veloces en busca del buen jamón de Guijuelo, una vez cruzada la línea de meta.
En el ciclismo, como en la vida, ir cumpliendo etapas forma parte inseparable del camino a recorrer. En la retina y el recuerdo de nuestros mayores se almacenan, cosas de la edad, infinidad de experiencias, vividas a lo largo y ancho del tiempo.. Memorias de juventud, muchas de ellas, que son las que echan sus raíces más hondo en el subconsciente, y que cuando todo se pierde por culpa de esas malas pasadas que la mente juega, cuando la memoria se difumina y el ayer no existe, cuando esa maldita niebla difumina hasta los nombres de quienes más hemos amado… aún conservan su nitidez como si hubieran sucedido ayer mismo, por la tarde.


Así, aparecen vívidas aún esas escenas, como sacadas de un documental, grabado todavía en blanco y negro, en las que la protagonista es una bicicleta que acababa usando todo el mundo, con frenos de varillas en las versiones que más años atesoran -los cables vinieron después-, por supuesto sin cambios, y hechas de un material a prueba de caídas y de carreteras de dudosos asfalto, o directamente sin asfalto. Aquellas Orbea de antaño, las antiguas BH, G.A.C., Otero…Cierto es que entonces, como ahora, quienes competían en las carreras de mayor prestigio utilizaban lo mejor de la época, pero como en tantas otras cosas, las imágenes y los recuerdos de entonces representan otro mundo -no en vano, esta es la 80ª edición de la Vuelta a España-, en comparación con lo que el viernes vimos pasar por la carretera. Aún así, detrás de las gestas de los inolvidables Ocaña, Bahamontes y Tamames antaño, o Perico Delgado, Heras, o Contador después, por citar algunos de los nuestros, o de los míticos Anquetil, Gimondi, Poulidor, Merckx, Hinault, Rominger… el impulso era el mismo que hoy mueve a Vingegaard, Ayuso o Almeida.


En otro contexto, seguramente menos épico, pero con certeza más entrañable, algunos de los mejores recuerdos de nuestros mayores son escenas con niños y niñas, primero quizá con algún hermano pequeño, luego con los hijos, y también posteriormente con los nietos, todos ellos en un equilibrio titubeante a lomos de una bicicleta que supera en tamaño al aprendiz, poseído siempre por esa mezcla inevitable de ilusión y miedo al coscorrón. Son fragmentos de eso que va ocurriendo en eso que se llama la flor de la vida, expresión que se oye con una mezcla de dulzura y melancolía, y que empapa las trayectorias de padres y madres, hijos e hijas, abuelos y abuelas a lo largo de décadas. Historias de vida que, en el caso que hoy nos ocupa, tienen como nexo de unión dos ruedas y unos pedales en avance continuo.

Y ese avance es el que ha desembocado este viernes en un punto de confluencia, deporte y vida en el mismo kilómetro de la carretera. Para los ciclistas, lo más selecto del pelotón internacional desfilando ante nuestros ojos, en una de las pruebas más importantes a nivel mundial, un punto de paso más para ellos, con la mirada fija y el músculo tenso ante la proximidad de la línea de meta, en Guijuelo esta vez. Con ellos, toda la parafernalia que mueve un evento así: coches de equipo, con asistencia mecánica, médica, directores de equipo, organización, seguridad, caravana publicitaria… La serpiente multicolor, como se la ha denominado con frecuencia, pasó a nuestros pies a 50 kilómetros por hora, recibiendo a su paso los aplausos de los aficionados.
Para los protagonistas de nuestra historia, un acontecimiento un tanto fugaz, que se hizo esperar más de lo previsto -el ritmo lo marcan los que sudan cada pedalada, que vinieron en una aparente calma hasta que, al paso por Salamanca, empezaron a apretar el paso ante la proximidad de la meta-. Un día, eso sí, diferente a la rutina habitual, aprovechando que el recorrido de una prueba de tan alta repercusión internacional nos brindaba este espectáculo, en el que hubo quien se animó a salir a ver pasar a los ciclistas a pie de carretera, mientras que otros disfrutaron de todo desde la inmejorable atalaya que son los magníficos ventanales de la tercera planta de nuestra casa, que nos proporcionaban la posibilidad de ver cómo se iban acercando el pelotón desde antes de entrar en Mozárbez.
Una experiencia más para todos, y una más también para nuestros mayores, que acaban de escribir en su ya abultado cuaderno de recuerdos, mientras les venían a la memoria otras páginas escritas tiempo atrás.

